Tarzan en el Centro de la Tierra by Edgar Rice Burroughs

Tarzan en el Centro de la Tierra by Edgar Rice Burroughs

autor:Edgar Rice Burroughs [Burroughs, Edgar Rice]
La lengua: es
Format: mobi
Tags: General Interest
publicado: 2009-12-13T03:19:45+00:00


CAPÍTULO X

«¡SOLO UN VERDADERO HOMBRE

PUEDE IR!…»

No se necesitaba un instinto de Sherlock Holmes para comprender que Jana estaba furiosa, y Jason no era tan obtuso para no comprender la causa de su irritación y su disgusto, que él atribuía a la natural vejación femenina, al verse defraudada la muchacha por haber pensado que sus encantos habían logrado efectuar la conquista del hombre. Gridley juzgaba a Jana, deduciendo los fenómenos de su experiencia femenina con otras mujeres. Él la sabía bella, y ella debía saberse bella también. Jana le había contado que en Zoram muchos hombres la deseaban por compañera, e incluso el mismo Gridley la había salvado de las garras de uno de sus perseguidores, que, por conquistarla, había llegado a arriesgar su vida. Por esto, Jason pensaba que ella debía estar segura del hechizo que ejercían sus encantos, y que los juzgaba irresistibles, enamorando a todos los hombres. Lo que no acababa de entender era por qué ella se mostraba ahora furiosa, por el hecho de que Gridley no se hubiera rendido a sus encantos. Los dos se entendían bien y parecían contentos y dichosos, e incluso Jason no recordaba haber estado al lado de ninguna mujer antes, junto a la cual se hubiera sentido con el ánimo tan dulce, tranquilo y animoso. Así es que lamentaba que algo hubiera venido a enturbiar su amistad naciente, y se dijo que lo mejor de todo era no darse por enterado de la causa del disgusto de ella, y continuar a su lado, hasta que se le pasara el enojo. Era lo único que podía hacer, de todos modos, ya que él no podía dejar que Jana continuara su viaje hacia Zoram sola y sin protección. Claro está que no había sido la muchacha muy amable al llamarle jalok, que Gridley sabía que significaba un insulto muy fuerte en la lengua de las gentes de Pellucidar; pero, a fin de cuentas, él podía no hacer caso de ello y esperar que pasase la nube.

Gridley fue, pues, detrás de la muchacha; mas, apenas había dado una docena de pasos, cuando Jana se revolvió como una tigresa, sacando del cinto su cuchillo de sílice, y gritó, furiosa:

–¡Te he dicho que sigas tu camino! No quiero verte más. Y si te obstinas en seguirme, te mataré.

–Yo no puedo dejarte marchar sola, Jana -repuso el americano en tono sereno.

–La Flor Roja de Zoram no necesita protección de un hombre como tú -dijo ella con altivez.

–Hemos sido buenos amigos, Jana -insistió él dulcemente-. Déjame seguir a tu lado, como antes. Yo no tengo la culpa, si…

Vaciló, y se calló.

Pero ella dijo con viveza:

–¡No me importa que no me quieras! ¡Te odio! Te odio, porque tus ojos mienten. A veces los labios mienten, y eso no nos hace daño a las mujeres, porque ya sabemos que la mentira sale con frecuencia de los labios; pero cuando mienten los ojos, entonces es que miente también el corazón, y en ese caso el hombre entero es falso, de pies a cabeza.



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